Tras semanas de idas y vueltas al hospital y al trabajo, Sandra por fin pudo hacer una escala en su casa.
Apenas entró y Tita exclamó “Mi niña, te ves tan flaca y desmejorada. Come algo”.
Al verla, Sandra se desahogó. “Tita, mi mamá empeoró. En el hospital me pidieron que me despidiera de ella, que el medicamento más fuerte ya no le hace efecto. Solo está sufriendo. No sé qué voy a hacer. Mi hija me pregunta a diario y le tengo que decir que por fin la llevaré a verla, solo que… será para despedirse”.
El diálogo fue interrumpido cuando llamaron a la puerta. Sandra abrió y al instante recibió un efusivo abrazo de Vicky, su hija, que al verla se montó en su regazo y le contó “Meche me compró sopa de fideo, mamá”, puso su manita en el oído de su madre y le dijo en secreto, “pero no sabe igual a la de mi Abu”.
Meche, su amiga y vecina, la pone al tanto de que Vicky ya comió, hizo su tarea y se portó muy bien, como todos los días.
“Gracias, Mechita, en verdad no sé qué haríamos sin ti”, respondió Sandra y la abrazó.
“¡Ay, amiga, te ves muy mal! Al rato te llamo para que me cuentes cómo sigue doña Rosi”.
Una vez terminado el abrazo, continuó poniéndola al corriente con su hija. “La maestra me dijo de nuevo que tu chaparra se sigue durmiendo en clase; le pregunté si no puede dormir bien y me dijo que te escucha hablar todas las noches, que no sabe qué dices, pero que te oye platicando hasta muy tarde. En serio, procura que duerma y habla más bajito si estás en el cel, ¿ok?”, le sugirió mientras se despedía de ambas con estruendosos besos.
“Sí, Mechita, te marco al rato, gracias”.
Una vez solas, Vicky empezó con las preguntas, como todos los días desde que su abuela Rosita ingresó al hospital. “¡Mami, mami! ¿Cómo está mi Abu? ¿Ya va a venir? Dile que le traje flores, las recogí de camino a la escuela. Las de los otros días ya se secaron, pero mira, estas están más frescas, las alcé hoy. Ya quiero verla y decirle que extraño su sopita de fideo, que nadie la prepara tan rica como ella, ya no tarda, ¿verdad, mamá?”.
Sandra se pone a la altura de su hija de seis años. “Nena, mañana no vas a ir a la escuela, te voy a llevar a ver a tu Abu, pero quiero que sepas que ella está muy mal y probablemente, aún no regrese a casa con nosotras”.
“¿Se va a morir?”, preguntó intempestivamente la pequeña.
Sandra no supo qué responder, pero optó por decirle la verdad, a medias.
“Tu Abu está sufriendo mucho, la inyectan varias veces todos los días. Quiero que la vayas a ver, que le digas cuánto la quieres y que siempre va a estar en tu corazón”, la voz le temblaba. Vicky la abrazó muy fuerte, sin contener su propio llanto.
“Mamá, mi Abu siempre está en mi corazón y en mi cabeza. Un día me dijo que ella vivirá mientras yo la recuerde. Igual que lo hago con papá”, contestó la niña entre sollozos al tiempo que secó las lágrimas de su mamá con su manita.
Al llegar la hora de dormir, Sandra preparó a Vicky, le puso su pijama, le sirvió un vaso de leche caliente, la persignó, la arropó y acarició su cabello hasta que se quedó dormida. Con pasos sigilosos se dispuso a descansar; mañana sería un día complicado.
Sentada en la orilla de su cama, Sandra inició su conversación nocturna. “Abuelita Tita, no sabes el pesar que me da que mi hija vaya a crecer sin su Abu. Yo te tuve a ti mientras ella trabajaba. Tú fuiste quien me dio de comer, me hacías mis fideos, me llevaste a la escuela, me curaste cuando enfermé, siempre estuviste cuando lo necesité, me abrazaste y me besaste todos los días. Tú me criaste como una hija, siendo tu nieta. Ahora, mi mamá estaba haciendo todo eso con mi Vicky después de que murió Carlos. De aquí en adelante, sola con Vicky, no sé cómo le haré. No sé qué hacer”.
La respuesta fue casi inmediata. “¡Ay, mi niña! Cuando se muere un ser querido a nosotros también se nos muere algo dentro. Tenemos que aprender a dejar morirnos un poco para no morir del todo. Hay que cambiar hábitos y hasta de vida, y estar dispuestas a eso. Solo así el dolor deja de punzar y cobra otra forma”, tras esas palabras Sandra se quedó dormida, exhausta.
Al día siguiente, todo fue muy rápido. Sandra y Vicky solo lograron decirle unas pocas frases a Rosita que, postrada en la cama del hospital y con muchos tubos encima, no pudo responder a ninguna muestra de cariño de su hija ni de su nieta.
La enfermera notó algo irregular y las sacó de forma apresurada. Lo siguiente que vieron fueron doctores entrar y salir del cuarto para, minutos después, ser notificadas que la señora Rosa había fallecido…
La entrega de cenizas fue particularmente solitaria para ambas, no tenían familia cercana, solo Meche llegó a acompañarlas.
Nuevamente en casa, ahora más vacía que otras veces. Sandra llevó a su cama a Vicky, quien se durmió en el camino después de tantas horas de espera. Ella tomó un baño de agua muy caliente, porque sentía el cuerpo y el corazón helados. Ahí, ante la vulnerabilidad de su ser en cueros y mientras caía el agua en su cuerpo, lloró, lloró mucho. Al salir de la ducha, solo se puso su bata, se recostó en la cama e inició su plática nocturna.
“Tita, seguro estarás contenta. Ya están todos juntos. No sé si sentirme afortunada por haberme podido despedir de las personas que más amo. Tú, Carlos y ahora mi mamá. Aunque agradezco tenerte y sentirte en mis momentos más difíciles, me haces falta. Tus consejos y tu presencia me dan la fortaleza que necesito para seguir”.
Su abuela Tita no la dejó sin respuesta y muy dentro de sí, la sintió por última vez.
“Hija, de este lado lo único que queremos es ver a nuestros vivos felices, que den pelea, porque las pérdidas se vuelvan una verdadera pelea por ser feliz. Ahora todos tus recuerdos tienen forma de agua que necesita ser sacada por los ojos; hazlo, mi niña, hazlo para que sanes y sigas sin lamentar lo que amaste”, escuchó Sandra mientras la vencía el cansancio.
Por la mañana, Sandra se dispuso a preparar el desayuno para ella y su hija. Tomaría unos días sin trabajar y no llevaría a Vicky a la escuela, se dedicaría a disfrutarla sin culpas, sin miedos y con la firme decisión de vivir con los muertos que la habitan y que lleva en el corazón.
“Buenos días, mami, ¿no voy a ir a la escuela hoy?”, irrumpió Vicky.
“Buenos días, amor. Nos vamos a quedar en casa, ¿qué vas a querer que te prepare de comer?”.
Al instante y casi pensarlo, Vicky replicó animosamente, “¡Sopita de fideo!”.
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